Nuestros muertos
No pesa tanto el tiempo al hacerse viejo, como las pérdidas de
seres amados en el natural decurso de ir sobreviviéndoles.
Las sonrisas y sus abrazos, sus palabras y los besos, los gestos
y sus miradas… cada huella viva, hoy es recuerdo. Siguen con nosotros porque
moran en nosotros. Los domingos en familia ahora son un día; el día donde la
mesa es una tumba y los alimentos se comparten aunque no haya cubiertos para
ellos. El día que la conversación es con ellos, rodeados de extraños que tienen
en común algo con sus vecinos: la atenta escucha y con la correspondiente, silenciosa respuesta. El día que la primavera llega a
sus tumbas y tiende sabanas pintadas de amarillo primordialmente. El día que
los floreros se distinguen por tanto color en ellos, dejando de ser esos breves
pozos desiertos.
La primera vez que la muerte tocó mi alma fue una mañana previo
aviso durante la madrugada. Salí del hospital por un refresco ¿Dónde iba
encontrar un lugar abierto a esa hora? En la avenida juro que vi una marquesina
que decía “Farmacia”. Cuando corrí hacia ella ¡Cuál va siendo mi sorpresa
al percatarme que en realidad se trataba de una funeraria! Ya se cumplieron, el 11 de este mes,
14 años de ese instante. Un presagio, que me perdoné con los años, que seguramente nunca voy a olvidar.
Por los médanos blancos
Recuerdo que conversaba con mi madre, sonó el teléfono y ella tomó
la llamada, me miró con un pequeño sobresalto y tristeza en los ojos. Adiviné
su preocupación. Un mes antes, finales de septiembre, había visto a Ely. No lucía
bien pero nunca imaginé que después de aquel día, jamás volvería a disfrutar de
su compañía. Mi hermana fue la primera en recibir la noticia de su pérdida, su
familia no tuvo ánimo para darme la noticia y solicitó el apoyo de la mía. Me
puse una chamarra y fui a despedirme de su inolvidable alegría un 29 de octubre
hace 8 años.
Romance del enamorado y la muerte
La madrugada del 29 de enero 2006 tomé la mano de mi madre acercándome
a su oído. Con la entereza que me heredó y la fortaleza que me pudo transmitir,
le suplique que dejara de luchar. Le dije que podía irse en paz. Minutos
después dejó de respirar tras muchas horas de agonía. Me escuchó, se fue
tranquila.
Sé que un día nos vamos a reunir nuevamente... de momento, sigue viva
porque sus hijos, nietos y bisnietos le honran con su vida.
Canto a la muerte
Me despido, agradecido porque mañana será un día más de
cumplirse algo muy parecido al eterno retorno del ciclo: la vida que una vez al
año conmemora la vida de quienes ya nacieron a otra vida.
* Las
imágenes para esta entrada son de Andre Kohn.
** La ofrenda es de mi querida amiga Rosa María.